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Cuento egipcio: Amón y Pepi, el ambicioso

Inauguramos esta sección de Mitos y Leyendas, con un cuento que nos alerta sobre el efecto de nuestras emociones sobre el cuerpo. En esta historia se transmite la importancia de protegernos de emociones negativas ( en este caso, la ambición ) ya que como bien nos señala este cuento: "no hay mal del cuerpo que no sea antes del alma".

Ra

Ra había nacido de un huevo que apareció sobre el Gran Océano, antes de que cualquier criatura habitara el mundo. Ra era el creador de los dioses. Sólo él conocía los misterios del día y de la noche.

De día era un disco pequeño, pero poderoso: ninguna creación del hombre se le equiparaba en calor. De noche se convertía en un halcón que viajaba por los túneles secretos que le permitían aparecer siempre en el Este de todas las mañanas de la Vida.

sol

Pepi jugaba a verlo de frente. Los sacerdotes le rogaban que no lo hiciera porque los desafíos a los dioses terminan siempre en castigo. Pero Pepi lo retaba mirándolo de frente. Sin embargo, era tan imponente su luz que, más temprano que tarde, terminaba por reverenciarlo.

Pepi II, el rey niño, no sólo admiraba a Amón-Ra: también le envidiaba. Le envidiaba su gran fuerza y su control sobre el Padre Nilo - a su juicio mucho más noble y dadivoso, porque era quien nutría la tierra que hacía del suyo un gran reino.

Pepi tenía dos grandes ambiciones. Una era tener la colección más exótica y grande de todo el mundo. Por esa razón aceptaba ofrendas que provenían desde todos sus rincones. El regalo preferido del niño-rey era un pigmeo africano que le trajo uno de sus súbditos de Yam.

Su segunda ambición era llegar a tener más poder que Amón-Ra para que él, sólo él, controlara el movimiento de las aguas y, por esta razón, el destino de su reino.

Por tradición, también le gustaba rodearse de muchos sacerdotes. Su visir era Thoth, de quien aseguraban era la segunda encarnación después de Imhotep, del Gran Atlante. Su imponente figura provocaba el sobrecogimiento de cuantos le veían, incluso del propio Pepi, el cual, en condición de semidiós, procuraba no mostrar el menor signo de humana debilidad.

Thoth

Sin embargo, el faraón era débil de salud y su condición física no había sido mejorada por ninguno de los sortilegios o brebajes sacerdotales. Le aquejaba un enojoso mal. Sus piernas se hacían pesadas haciendo de su cuerpo el cuerpo de un anciano. Thoth, por alguna razón desconocida, evadía cualquier intento del rey de responsabilizarle con su curación. Y, claro, ni la curiosidad del rey ni la del niño, que en definitiva era, dejó pasar esto por alto. En cierto momento le llamó a cuentas: 
- Thoth, tú que eres descendiente del Gran Atlante, tú que llevas Su Nombre, responde: ¿Sabe Toth qué mal hace débil el cuerpo de Pepi?
- Sí, sé lo que le aqueja, Gran Señor. Pero temo que al decirlo hiera su parte humana.
- Condición de hombre es la queja. Dí, pues, lo que sea menester.
- Es menester que le diga, ¡Oh, Gran Rey!, que se acumula en sus miembros más agua que la que por mandato requieren.
- Eso ya lo hemos sabido, visir. No aceptaremos evasivas. Dí aquello que Ra nos oculta y que Thoth conoce: ¿Cómo ha de componer Pepi el vehículo del alma?
- ¡Oh Gran Rey! ¿Tal vez los Salones de Amenti no se encuentren, más allá de las islas sumergidas, como decía el Gran Atlante,  y no sea otra cosa que una oscura zona del corazón humano?
- ¿Por qué no le comprendemos, visir?
- Gran Señor, Thoth conoce sus ambiciones de emular a Ra. El Gran Rey pretende retener para sí toda el agua del Nilo y pretende dirigir de esta forma el destino del Mundo. El Gran rey no ha comprendido que es ir contra Ra, Horus, Isis y Osiris. Si Pepi retiene el agua en su corazón, el agua queda retenida también en sus piernas y lo hace padecer.
- ¿Qué es lo que Thoth le recomienda al rey?
- Imhotep diría: "Sumerja sus piernas en las aguas en donde el Nilo se une con el océano". El agua saldrá con el agua, pero, ¡oh, Gran Señor!, no hay mal del cuerpo que no sea antes del alma. Deje que el agua salga, antes, de su corazón. El rey, por unos instantes, quedó sumido en el más profundo silencio. Luego, como si acabara de despertar de un extraño sueño, respondió:
- Ya nos permiten ver, los dioses.

Así dio por terminado el encuentro.
Thoth, grande y sabio, supo entonces que pronto dejaría de ser un niño.
Y así fue como Pepi II se hizo sano y fuerte. Y un día, ya cuando Thoth había partido a los Salones de Amenti, dejó de ser niño y aceptó la misión de regir su nación conforme al designio de los dioses. Vivió, conforme a sus leyes, por 94 años. Nunca gobierno humano ha visto reinado mayor.

salones de Amenti luz al final del tunel

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