Por cada 300 moscovitas, hay un perro callejero paseando por las calles de Moscú. En los suburbios de la ciudad, estos desafortunados perros toman todas las mañanas el metro y se dirigen hacia el centro de la capital de Rusia, donde les resulta más fácil conseguir comida.
Según Andrei Poryakov, un investigador de el Instituto de Ecología y Evolución A. N. Severtsov, la fuerte presión de la vida urbana les ha llevado a desarrollar su gran inteligencia para adaptarse rápidamente al medio urbano.
El etólogo ruso Poyarkov, que ha estudiado a estos perros en los últimos 30 años y cuyo número asciende a 35.000, cree que los perros empezaron a practicar estos hábitos de caza debido a la transformación que tuvo lugar en Rusia tras la caída del comunismo. Con el constante aumento del precio del suelo, los nuevos capitalistas rusos comprendieron que el valor turístico y comercial se hallaba el centro de la ciudad y todos los complejos industriales de Moscú se fueron trasladando a las afueras de la ciudad, refugio de estos inteligentes perros.
Los perros callejeros de Moscú aprendieron que para conseguir alimento tenían que viajar en metro al centro de la ciudad, sin embargo no resulta un lugar cómodo para dormir (al contrario de la periferia de la ciudad, que eligen para descansar).
Cada mañana estos hábiles perros se desplazan en metro desde los polígonos indistriales al centro de la ciudad, y cuando cae la noche vuelven a tomar el metro de vuelta a las afueras para dormir.
Incluso se ha observado que escogen los vagones en los que hay menos gente (normalmente el primero y el último). Por si esto fuera poco, debido a su extraordinario sentido del tiempo no suelen perder su parada de metro.
Pero no sólo han logrado dominar la capacidad de utilizar el transporte público. Los científicos han identificado nuevos comportamientos tales como reconocer el momento en el que pueden cruzar en un semáforo (aunque no sean capaces de distinguir el color) y practicar la "caza del Shawarma". Esta técnica consiste en acercarse sigilosamente a los puestos de comida y una vez allí, esperar a que aparezca algún cliente para situarse a su espalda e inesperadamente soltar un ladrido para asustarlos y que suelten su comida. Lo que resulta realmente sorprendente es que ellos saben que no todos reaccionarán igual, siendo capaces de identificar las intenciones de las personas (se acercan a los amistosos, se alejan de los hostiles y finalmente, logran beneficiarse de lo asustadizas que son algunas personas).
Éste es un claro ejemplo de cómo la soledad, el frío o el hambre (en este caso), son el detonante evolutivo de las especies. Nuestro deber, como especie civilizada, es respetar y cuidar a nuestros compañeros de viaje.
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